miércoles, 22 de mayo de 2013

La entrevista


Todo parecía estudiado, como en una serie de policías en la que se prepara el escenario para que los intérpretes se muevan en el ambiente con toda comodidad. Entrada típica de gran organización donde todo debe parecer controlado: garita con seguridad, barrera, solicitud de identificación y semáforo de alto. Una vez dentro, el recorrido era lo suficientemente largo como para dar tiempo a pensar de qué modo hacer la introducción. En la recepción, una chica uniformada como llegada del futuro o de algún sitio donde se aprende a sonreir perfectamente, le solicitó nuevamente la documentación. Después del segundo filtro y una tarjeta identificativa para la solapa, una mano y una sonrisa amable se extendieron delante suyo para recibirla. La mano era conocida, el lugar no.

La primera puerta de cristal dejó paso a un hall alargado en el que se sucedían los grupos de dos o tres personas charlando de pie mientras tomaban café de manera entre profesional e informal. A través de los cristales entraba más luz de la que cabría por cualquier ventana convencional. Los pasillos interminables flanqueados de paredes transparentes dejaban al descubierto, a ambos lados, regimientos de trabajadores ensimismados en váyase a saber qué tipo de variadas tareas, los cuales a pesar de moverse como peces en el agua, daban la impresión de seguir una cadena de acciones previamente diseñadas para aparentar profesionalidad.

El interrogatorio, poco cálido, dejó traslucir cierta falta de experiencia en el trato con personas en quienes preguntaban. Ni un gesto en ellos, ni una palabra suya permitieron que ella sospechara si sería la persona que buscaban. El esfuerzo de los interrogadores por atravesarle la frente para llegarle al consciente y adivinar su pensamiento no fructificó. Las preguntas no eran lo suficientemente hábiles como para desvelar una reflexión sincera sino que apelaban al constante automatismo de la respuesta predecible que el interlocutor prefiere oir en lugar de la verdad.

Sólo al final, cuando la cadena de automatismos se quebró, logró por un segundo sentirse algo más afín con el entorno, cuando una de ellas, en un gesto de acercamiento mucho más personal, se dirigió a ella por su nombre y le dijo: Yo prefiero que te quedes tú.




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